LA MADRE DE SAMMY SOSA EVITO QUE FUERA BOXEADOR.

11:53


SANTO DOMINGO.- Cuando el jovencito Samuel Sosa Peralta practicaba el deporte que le gustaba, el boxeo, una sentencia de su madre privó al país, tal vez, de otro campeón mundial. Pero le regaló quizás al mejor pelotero latinoamericano de todos los tiempos.
“Si eres profesional no te voy a ver”, fue la advertencia radical de Doña Mireya cuando se enteró que “Maiki”, uno de sus seis hijos, entrenaba en el gimnasio Pepe Mallén de San Pedro de Macorís.
La obediencia a su madre llevó al niño a dejar atrás sus sueños de ser un gran boxeador y, de la mano de su hermano Emilio, un jugador amateur, llegó a la liga Héctor Peguero, iniciando la larga travesía que lo convertiría en uno de los más afamados, queridos y criticados atletas del mundo.
Sosa fue entrevistado ayer en el programa La Semana Deportiva que produce el periodista Héctor J. Cruz cada domingo de 12 del mediodía a dos de la tarde en Telecentro Canal 13. Pero los primeros años de su vida no fueron nada fáciles ni para él ni su familia.
“Nací en Consuelo como un hijo de una familia que integraban, como hermanos, cuatro varones y dos hembras. Mi papá (Juan Bautista Montero, alías Inesito) murió cuando tenía siete años y lo único que recuerdo de él es que me daba 10 centavos para el desayuno”, relata.
El periplo familiar lo lleva a vivir también en La Ciénega, Monte Plata y de nuevo a San Pedro de Macorís, donde Sosa y sus hermanos tienen que recurrir a trabajar como limpiabotas o en factorías para ayudar al sustento en la casa.
Su padrastro, Carlos María Peralta, de quien hereda su apellido paterno también murió antes de verlo triunfar en los máximos escenarios del béisbol.
“Eran tiempos duros y difíciles. Recuerdo que un día de las madres no tenía que regalarle a la mía. Salí a la calle, conseguí un centavo y le compre un cigarrillo Montecarlo, que era el que le gustaba”, rememora.Pero fue en un viaje a Puerto Plata, ya a los 16 años, cuando fue firmado por los Rangers de Texas gracias a las recomendaciones de Amado Dinzey y la aprobación de Omar Minaya.
“El bono fue de 3,500 dólares en efectivo y otros 7,000 de incentivo por actuación, los cuales también me gané”, declara con orgullo uno de los cinco jugadores con 600 ó más cuadrangulares de por vida en las Grandes Ligas.
Una guagua de concho para que su madre Mireya comenzara a “defenderse” fue lo primero que adquirió.
Recuerda los inconvenientes de su primer año en las ligas menores, los problemas por no saber inglés y los managers que “me la pusieron difícil”, entre ellos, Julio Jaramillo, su primero.
“Compartía en un apartamento con Felipe Castillo y Mickey Cruz. Tenía que cocinar, lavar, planchar, hacer de todo. De lo que ganaba mandaba lo que podía para acá”, declara.
Una de las personas que más han influido en su carrera es Larry Himes quien lo obtuvo en un cambio para los Medias Blancas de Chicago en 1989 y fue despedido al año siguiente. En 1992 fue contratado con los Cachorros y volvió a orquestar un negocio para obtener al jugador. Lo demás es historia.
“Recuerdo cuando me llamaron a las Grandes Ligas en 1989 luego de que se lesionara Pete Incaviglia. Estaba en Tulsa, doble A, cuando me avisaron y lo primero que hice fue ir al salón y hacerme un ¥curly¥ en el pelo”, declara.
“Me uní al equipo en Nueva York y estaba en la alineación como primer bate. La serie siguiente fue en Boston y le tocó lanzar a Roger Clemens. Rubén Sierra, el principal jugador de Texas, me decía que era un “comehombres”.
En el primer turno solo me tiró tres lanzamientos que parecían a 200 millas por hora. Pero en el segundo le estaba esperando la recta y logré mi primer jonrón. Cuando llegué al dogout dije “si se la saque a este se j.... los otros”. El tiempo le daría la razón.

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